Nadie está preparado para ver a un ser querido perderse en una adicción. Es un proceso que, muchas veces, llega de forma silenciosa, casi invisible al principio, y que poco a poco va ocupando espacio en las conversaciones, en las emociones, en la rutina… en el cuerpo mismo de quien acompaña.
Desde fuera, a menudo se dice que la adicción es “un problema individual”. Pero en realidad, la adicción se vive en red. Cuando una persona sufre, su familia también lo hace. Y lo hace, muchas veces, en silencio, sin herramientas, con miedo, con culpa… con amor.
¿Cómo vive la familia el proceso de la adicción?
Cada familia lo vive a su manera, pero hay experiencias que se repiten: noches sin dormir, discusiones que antes no existían, el esfuerzo constante por intentar “hacerlo bien” sin tener claro qué significa eso. También aparece la confusión: ¿Estoy ayudando o estoy permitiendo? ¿Le apoyo o le exijo? ¿Dónde están mis límites?
Muchas veces, la familia vive atrapada entre el deseo de rescatar y el miedo a perder. Se generan tensiones internas, se rompe la confianza, y con frecuencia se instala el silencio. La familia empieza a girar en torno a la adicción, como si toda la vida quedará suspendida.
Una mirada desde el trauma
Desde una perspectiva de trauma, comprendemos que tanto la persona con adicción como su entorno están intentando sobrevivir. La adicción, muchas veces, es una respuesta desesperada al dolor emocional no resuelto. Y la forma en que las familias reaccionan también tiene raíces profundas: miedo al abandono, lealtades invisibles, patrones aprendidos.
No se trata de culpables ni de soluciones rápidas. Se trata de sanar desde el vínculo, de volver a crear un espacio donde todos puedan sentirse seguros, escuchados y vistos.
¿Qué puede hacer la familia?
- Reconocer que necesita ayuda: Acompañar a alguien con adicción también desgasta. No tienes que poder con todo.
- Buscar espacios de apoyo: La terapia familiar, los grupos de acompañamiento o una sesión individual pueden ser un comienzo liberador.
- Escuchar sin juicio, pero con límites: Comprender no significa permitir todo. Aprender a poner límites también es un acto de amor.
- Volver al cuerpo, al cuidado propio: Comer, dormir, descansar, respirar… Parece básico, pero es lo primero que se descuida.